“Al principio se pensaba que la contaminación sólo afectaba a los pulmones, y únicamente cuando había picos muy altos”, comenta Bénédicte Jacquemin, investigadora en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). “Ahora sabemos que nos afecta a todos incluso desde antes de nacer, que lo hace de manera aguda y crónica y que repercute en nuestra calidad de vida, en todos nuestros órganos y sistemas”.
Barcelona no solo no se libra de este problema, sino que en ella es especialmente acuciante. Por su gran densidad, por su trazado dispuesto en auténticas autopistas urbanas y por su particular disposición geográfica, tiene el dudoso honor de ser una de las ciudades más contaminadas de Europa, superando permanentemente los límites exigidos tanto por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como por la Unión Europea. Un estudio del año 2009 estimó que, si se cumplieran las normativas de la OMS, habría cada año 3.500 muertes prematuras menos, se aumentaría la esperanza media de vida en más de un año y se ahorrarían hasta 6.400 millones de euros, entre otras innumerables ventajas. ¿Por qué no acaba de llegar este mensaje con toda su crudeza?
Los estudios científicos están mostrando la magnitud del problema, con consecuencias hace poco insospechadas como la repercusión de la contaminación en el desarrollo cerebral y el aprendizaje de los niños. Están apuntando también muchas de las soluciones, con indicaciones concretas de las medidas más necesarias y eficaces a adoptar. De alguna manera está señalando y guiando la importancia y la salida a un problema enorme pero de apariencia invisible. Sin embargo, las medidas están siendo lentas y tímidas, y casi ninguna se libra de críticas de uno u otro sector. Este es un resumen de la situación: el problema, su repercusión, las acciones necesarias, los responsables.