Son dos mundos que apenas parecen tocarse: la ciencia y la política. No mucho más allá, al menos, de las constantes reivindicaciones de la primera tratando de conseguir una mejor financiación por parte de la segunda. Sin embargo, hay una multitud de puentes potenciales entre una y otra, puentes aún por construir y que no tienen tanto que ver con políticas científicas como con el camino inverso, con la ciencia ayudando a hacer mejores políticas y en multitud de ámbitos. Una política que, sin negar las ideologías, trabaje más cercana a la evidencia. Una ciencia que, sin negar su propio funcionamiento, se mezcle con las decisiones en sociedad.
Ese es el propósito último de Ciencia en el Parlamento, una iniciativa surgida de un grupo de científicos que pretende mejorar ese diálogo a nivel del Estado español. “Muchos de nosotros hemos estado en el extranjero y veíamos cómo funcionaba en otros países”, comenta Andreu Climent, investigador postdoctoral en el Hospital Gregorio Marañón y uno de los principales impulsores del proyecto. “Es obvio que tenemos un problema de política científica, pero también en el modo en que empleamos la ciencia en la sociedad. Y ese problema muchas veces está en los propios científicos, porque nos cuesta salir de nuestra zona de confort, de nuestros propios laboratorios”.