La crisis económica avanzó pareja a lo que muchos llamaron la crisis del periodismo. La falta de recursos obligó al cierre de cabeceras, al recorte de salarios y de trabajadores y a la sensación de estar perdiendo un valor nuclear. El periodismo científico no fue ni mucho menos ajeno a ello. Acostumbrado a ocupar un papel lateral, fue de los primeros en acusar el golpe y sus secciones acabaron por ser de las más castigadas.
Pero también, y paralelamente, fueron surgiendo nuevos medios. En general digitales, en general haciendo de la necesidad virtud. Por varias razones hubo muchos que no sobrevivieron. Otros, como Materia, especializados en periodismo científico, se reconvirtieron y acabaron siendo responsables de la sección de ciencia de un medio tradicional como El País. Nacieron fundaciones como Civio, que se mantienen con éxito bajo una estructura colaborativa, o un poco antes la Agencia Sinc, una apuesta pública ya consolidada. Y, en medio de ese paisaje, han aparecido iniciativas como Percientex, que pretende servir como un escaparate de buenas prácticas; de un periodismo científico que, desde una u otra trinchera, desde medios más novedosos o más tradicionales (sea lo que sea que eso signifique) lucha por mostrar que siguen apareciendo ejemplos de calidad. Que la esperanza está fundada.